miércoles, noviembre 08, 2006




UNA NOTA EN LA TAQUILLA I.

No sé por donde empezar así que empezaré desde el principio, desde mi principio, o lo que es lo mismo, desde mi primer día de trabajo.
Me llamaron ayer por la mañana, mi nombre estaba, como el nombre de otras miles de personas en la lista del paro.
-¿Es usted Guillermo Sanmartín? mire usted le llamamos del Inem, se necesita urgentemente un portero de noche para un hotel de lujo de su localidad.¿le interesa?.-
-Claro que me interesa ¿a dónde hay que ir y donde hay que firmar?.-
Tras anotar la dirección me fuí sin pensarlo dos veces hasta el hotel. Llevaba tres meses sin doblarla y estaba seco como una mojama.
Un tipo de unos treintitantos años, Roberto Figueroa , delgado y agradable me dice que es el director y me explica en que consiste el trabajo, nada difícil ni laborioso, atender llamadas, hacer entradas de clientes, cobrar facturas y algunas cosas más de estar sentado y solo. Ideal para mí y para mis aficiones sedentarias.
-¿Cuándo empiezo señor...?-
- Figueroa, Roberto Figueroa y sí usted no tiene inconveniente puede empezar esta misma noche. Su antecesor en este trabajo dejó el puesto sin avisar y todavía no sabemos nada de él, ese sujeto se puede dar por despedido así que usted no tenga temor alguno a que aparezca. Somos gente seria, ni una llamada hizo el sinvergüenza, abandonó su puesto de trabajo en plena jornada laboral dejando el hotel solo y a los clientes indefensos en medio de la madrugada. Un verdadero irresponsable. Además su comportamiento nos hace sospechar que bebía y se drogaba.

Lo siguiente fué conocer a los compañeros y compañeras, que en temporada baja son pocos.
La recepcionista de día tiene veintipocos años y se llama Pilar, gasta minifaldas por el ombligo y se maquilla en plan guerrero desde muy temprano, parece buena chica.
El recepcionista de tarde es un tipo muy delgado con gafas, también en la veintena, es como un híbrido de Mortadelo y el detective Anacleto.
Después están Fátima, Magdalena y Lourdes, las limpiadoras.

Ese primer día, ayer, llegué puntual, a las 00.00 horas estaba como un reloj dando el relevo a Mortacleto, éste me indicó mi taquilla y me dió la llave de la misma.
-Está tal como la dejó su antecesor, no la hemos abierto para nada así que haga usted lo que quiera. Aquí ninguno le teníamos mucho respeto a ese caradura, nos caía mal a todos y prácticamente ni le hablábamos. En fín espero que con usted sea todo mejor.
-Bueno se hará lo que se pueda.-Es lo único que atiné a decir, no imaginaba que los personajes de tebeo pudieran ser tan hijoputas, o ese portero de noche tan malo.
-Bueno, bienvenido al barco y que tenga buena noche, hasta mañana.-
-Hasta mañana... y una última cosa, tutéame por favor, no soy tan viejo.-
Tras asentir con una sonrisa trabajosa se largó ascensor abajo.

Una vez en soledad me dispuse a explorar la taquilla del portero desertor, una radio pequeña, algunas ropas y en el fondo de la taquilla un ejemplar de The Shining de Stephen king con una direccion electrónica escrita a mano en la primera página.
Apunté la dirección, lo dejé todo como estaba y cerré con llave.
Hacía mil años que no me sentaba a un ordenador, le eché valor al teclado y miré a los ojos a la pantalla, no me costó mucho encontrar la página.
Dentro encontré escrito lo siguente:

"Hoy he decidido terminar con esto y marcharme de aquí, mi obra está consumada pero la busqueda de un nuevo hogar y un nuevo trabajo se hace necesaria, éste diario ya no tiene sentido, desde ahora tendré obligaciones y mi corazón estará ocupado, no tendré tiempo para perderlo en tonterias electrónicas, poco a poco, curtiendo mi carácter en la soledad de la noche me hice un hombre y ahora tengo las mismas responsabilidades que los demás hombres, ese era mi único deseo, ser un hombre normal".

Este inquietante escrito es lo único que quedaba, había borrado el resto del diario cómo un acto de ruptura con el pasado, cómo un adios prematuro pero deseado.
En cualquier caso la multitud de ruidos extraños que estoy oyendo está haciendo mella en mis nervios...y sólo llevo dos días. No sé si duraré en este trabajo, éste edificio parece vivo y cargado de energias extrañas.
En cuanto al anterior portero de noche cabe la posibilidad de que aparezca por aquí pidiendo lo suyo pero, sinceramente, algo me dice que no lo hará.
Guillermo San Martín.

UNA NOTA EN LA TAQUILLA II.


Veinte centímetros es lo que tapa su falda, el resto, un metro de lujuria en cada pierna con tacones incluidos está todo a la vista.
Me releva a las ocho de la mañana pero está llegando cinco minutos tarde todos los días, hoy eso da igual porque me quedaré un rato, tengo que preguntarle algunas cosas.
Tras una noche tranquila, la tercera, en la que el sonido del viento y la lluvia apagó todo ruido nocturno, el desagradable y estridente pito del portero electrónico me saca de mis pensamientos a las ocho y cinco en punto, activo la cámara de seguridad y su rostro de señorita pepis aparece en el pequeño monitor, es ella.
-Oye Pilar, ¿se sabe algo del anterior portero de noche?
-Nada que yo sepa, si teme por su puesto no se preocupe, ese sujeto está vetado en esta empresa de por vida y tampoco creo que nadie le eche demasiado de menos.-
-Pero tendrá familia, amigos, que se yo.-
-¿cree usted en los milagros?.-
-De momento no ¿por qué?.-
-Porque sí alguien de la raza humana siente el mínimo afecto por ese energúmeno si que sería un verdadero milagro. Mire le voy a dar un consejo, olvídese de ese tipo, aquí todos creemos que estaba un poco loco.
-Pero ¿tan mal tipo era?-
-Más que malo era desagradable, no saludaba, vivía en una furgoneta y no se relacionaba con nadie, pero claro, meter no se metía con la gente, hacía su trabajo y se iba, aunque algunos dicen que hacía cosas raras.
-¿Algunos?.-
-Bueno...Don Leandro es el que lo dice, un anciano que se levanta a las cinco de la madrugada para andar por las calles, pero todo el mundo sabe que Don Leandro está un poco "pallá".
-¿Y que dice el bueno de Don Leandro?
-Pues que el portero entraba y salía del hotel y que también entraba y salía en la antigua casa, la que están derribando, que si criaba gatos y más historias. No sé , locuras de viejo o en caso contrario, actos de un tipo que no duerme nunca de noche, que no tiene casa.-


Ya en la puerta del hotel la sinfonía ensordecedora de excavadoras y grúas empieza a tronar en el derribo de la casa colindante, las voces de los obreros y los ruidos metálicos apagan todo el piar de los tempraneros pájaros urbanos. De aquí a unos días y a pesar de la lluvia allí donde había una gran casa sólo quedará un solar, vacío y a la espera de nuevos apartamentos de lujo.
Yo enfilo el camino a casa, buscando el calor de mi cama, contento de no estar en el pellejo de uno de esos obreros y pensando en casas abandonadas y familias de gatos.

UNA NOTA EN LA TAQUILLA III.

En mi cuarta noche me puse a explorar los rincones más ocultos.
Linterna en mano penetré en la oscuridad de la planta baja, dos grandes salones que hacen de restaurante y bar nocturno que abren al público sólo en verano, a partir de Otoño sus dos puertas a la calle principal se mantienen cerradas hasta la siguiente temporada.
La decoración es moderna pero tanto el suelo, de madera y losas artesanales, y los arcos que adornan paredes y techos denotan antigüedad.
Entro en la cocina del restaurante, enciendo la luz y apago la linterna, bajo el pálido parpadeo de los neones veo azulejos blancos y cacharros de acero, pequeños, grandes y gigantes, ollas en las que cabe una persona, cazos en los que cabe una cabeza humana y cuchillos, cuchillos de todos los tamaños colgados de la pared por medio de barras imantadas.
Sólo el débil crepitar de los tubos luminosos rompe el silencio.
Una voz en mi interior me dice que me vaya pero otra, más poderosa, me obliga a agarrar el cuchillo, el más grande, siento el calor de su puño de madera en mi mano, con la otra mano toco la fría hoja.Observo el cuchillo en mis manos, con el fondo pálido y enfermo de los azulejos detrás. Siento un escalofrio y pienso que no es el negro sino el blanco el color de la muerte, el de la enfermedad y el de la vejez.
Mis dedos empiezan a temblar así que coloco la hoja de treinta centímetros en la barra imantada, el cuchillo, cómo por arte de magía y a pesar de su gran peso se queda colgado.No quiero quedarme yo también "colgao" así que salgo de allí a escape.
Entro de nuevo en la oscuridad de los salones, enciendo la linterna y me dirigo hacía la puerta de salida, salida a un pasillo interior que lo comunica todo, ascensor, escaleras, recepción y la tercera puerta al exterior, ésta es la que usan los huéspedes y da a un callejón estrecho que sirve de entrada al hotel, al fondo del callejón la casa colindante ya casi derribada.
Opto por subir al ascensor, primera planta para recepción, almacen, despacho del director y dos habitaciones, segunda y tercera planta sólo para habitaciones y en la cuarta, lavandería y más habitaciones.
La quinta la ocupa la Suite y la gran terraza con vistas a la ciudad, al castillo y de fondo...
... de fondo el mar.
Por último y como punto más alto encima de la suite hay un ático donde reposan, tras una oxidada puerta de hierro las dos grandes calderas para el agua caliente, junto a esa puerta hay otra, también oxidada y cerrada con un viejo candado del que no tengo la llave.
Miro a través de una rejilla metálica encajada en la puerta y sólo atisbo oscuridad, dentro , todo negro, ruido de motores, zumbidos de insectos y el silbo del viento...
...que más parece un lamento humano.
Así es el esqueleto de este edificio y cuando el viento cesa, el sonido de sus tripas me sigue inquietando.



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UNA NOTA EN LA TAQUILLA IV.

Tras el paseo turístico que llevé a cabo por todos los rincones visibles del hotel me puse a escribir en la soledad de recepción, sigue lloviendo, sigue el viento soplando fuerte, eso es bueno para mí, el viento me obliga a no escuchar los demás ruidos de la noche.
A las nueve de la mañana cogí la cama tras haber desayunado en Casa Paco, que es el bar de debajo de mi casa, ya sabeis, barra de acero, tapas y raciones, y cuadros de peces en las paredes.
Sobre el mediodía me despertaron las vibraciones, tipo dentista, y el tono sambero enlatado de mi teléfono.Era Pilar.
-Buenos días Guillermo, perdona que te moleste pero el director quiere vernos a todos, es decir, tienes que venirte a una reunión ahora mismo.
-¿Ahora mismo? ¿Voy con las legañas o da tiempo a quitármelas?.-
-Claro hombre.-le saqué una sonrisa.-En media hora si te parece.-
-Vale encanto, no hay mal que por bien no venga, el premio será verte.-
Le saqué otra sonrisa y colgó.

Reunidos en los salones de la planta baja.
En la reunión el director nos presentó a dos tipos, el inspector Suarez y su ayudante Corominas, ambos de la policia nacional. Hechas las presentaciones, Suarez, un cincuenton delgado y alto, de pelo cano y cuidado, pulcramente afeitado y oliendo a Brummel, sacó una carpeta con fotos y tomó la palabra.
-El caso es delicado y ante todo les pido absoluta discreción y que no hablen de esto con nadie, el asunto es que hemos encontrado una conexión entre varias personas desaparecidas, son personas a las que en un principio nada unía en cuanto a lineas de investigación se refiere, ¿me siguen?. Distintas procendencias, distintos estatus sociales, edades y género. Sólo un detalle común, todas estas personas estuvieron hospedadas en este hotel unos meses antes de desaparecer.Esta circunstancia nos pasó desarpercibida durante bastante tiempo, es algo normal, como podrán imaginar hay miles de denuncias por desaparición y un detalle como éste es difícil de apreciar en un principio.

El inspector empezó a repartir las fotos.
Eran personas en verdad muy diferentes, un señor regordete de unos sesenta años, una señora en los cincuenta, una chica veinteañera y la última, el visionado de la última foto hizo levantarse a Lourdes y correr hacia el cuarto de baño, creo que vomitó.
-Es que está embarazada.-dijo tímidamente Fátima para información de los que no lo sabíamos, los policías y yo.
La última pertenecía a un bebé de unos meses, de un año quizás, reposaba riendo en la colcha celeste de una cama de matrimonio con traje de lana blanco y gorrito.
Suarez siguió hablando.
-Intenten recordar a estas personas, cualquier detalle que pueda ayudarnos.-Acto seguido miró a Figueroa.-En cuanto a usted, señor director, tendrá que enseñarme los libros para reservas y hojas de entrada.Tambien una lista de las personas que trabajaron en el hotel durante el último año.Todo al detalle.-
-Por supuesto señor inspector, haremos lo posible por ayudar, la reputación de este hotel es inmaculada.-
Después se dirigió a todos.
-Hablaremos con cada uno de ustedes en privado, espero su colaboración, se pueden hacer a la idea de la importancia del caso, ese niño lleva desaparecido sólo una semana, ya me entienden, sus padres todavía tienen esperanzas.

Inspector y director se perdieron escaleras arriba en busca del despacho del ejecutivo, el resto nos quedamos con el ayudante.

Tenía que decidir rápido, antes de quedarme a solas con el pasma tendría que elegir si le hablaba del diario o dejaba que ellos encontraran la nota en la taquilla como yo la encontré.
El antiguo portero de noche volvía a aparecer, no estaba, no había vuelto, pero otra vez parecía cercano.
Mientras, en mi recuerdo, el aullido de los gatos en el callejón o quizás, el sonido irreal del llanto de un recién nacido en la noche, en mis noches.









-

UNA NOTA EN LA TAQUILLA V.

Antes de tocarme el turno de interrogatorio con el ayudante, el Sr. Figueroa bajó a buscarme.
-Guillermo, haga usted el favor de venir, le necesitamos.-
Acompañé al director por las escaleras y subimos a su despacho, allí nos esperaba el jefe de policía.

Me preguntó sobre el tiempo que llevaba trabajando en el hotel, sobre sí conocía al anterior portero nocturno y sobre otras cuestiones un tanto, un tanto rutinarias.
Al final me pidió que abriera la taquilla.

Obedecí y abrí la puerta de la taquilla cómo pude, una vieja en el Polo y rodeada de lobos hambrientos temblaría menos que yo en ese momento.
El inspector me miró interrogante al ver la expresión de mi cara.
-Y bien.- Preguntó por fín.
-Pues que no la abro desde la primera noche de trabajo y entonces había varios objetos, no estaba vacía como ahora.- Acto seguido me pidió que le hablara sobre los objetos.

Tras enumerar lo que hallé el primer día en la taquilla y hablarle sobre la dirección de internet que encontré escrita en el libro me pidió que yo mismo entrara en la web.

Mientras tanto el director asistía confuso a la escena así que el inspector se lo quitó de encima con una orden.
-Sr Figueroa, haga usted el favor de preguntar al resto de empleados sobre los objetos que había en la taquilla, quizá alguna limpiadora...no sé , quizás alguna la vació para limpiarla, las mujeres ya se sabe, siempre tienen que trastocarlo todo.-

Todavía no había terminado de formular la sentencia misógina cuando la página web se abrió en la pantalla.
De nuevo me miró interrogante al ver mi cara de sorpresa.

La página dónde mi antecesor escribía su diario, igual que su taquilla, estaba completamente vacía...
Por suerte el texto que yo encontré lo guardé en mis archivos, lo imprimí y se lo mostré al Inspector, tras leerlo se lo guardo en un bolsillo y me dijo que mandaría a un experto en informática para que se encargara de todo.
-Mientras tanto guarde la información que tenga en sitio seguro.-acabó diciéndome el alto cargo policial.
Asentí con la cabeza mientras pensaba que una cosa sí era bien segura...

El antiguo portero de noche había estado por allí...

UNA NOTA EN LA TAQUILLA VI.

Volví a mi casa ya tarde, con el tiempo justo de ducharme, cenar, relajarme un poco y volver al hotel para hacer mi turno.
A partir de la medianoche tenía que ocupar mi puesto como ya era costumbre, aquella sería la séptima, mi séptima noche en el hotel.

El día había sido duro, tras marcharse la policía el Sr Figueroa nos pidió que nos quedáramos, todo el personal laboral menos Mortacleto nos reunimos durante otra media hora en los salones de abajo, sólo habló Figueroa, el resto quedó en silencio y yo ni siquiera le presté atención, intuía sus palabras sobre la discreción y sobre el antiguo portero de noche ya en busca y captura y tal, no hizo falta escucharle, con su voz de fondo como un murmullo quedé en estado catatónico durante los treinta minutos que duró el monólogo directivo.

A las once y media de la noche emprendí camino al trabajo, caminando, como también me era costumbre, recorriendo las calles estrechas del casco antiguo, pisando su empedrado, respirando el aire puro de la noche después de la lluvia.
Llegué al callejón y a la puerta del hotel, miré mi reloj, faltaban quince minutos para mi entrada, tenía tiempo.

Me dirigí hacía el fondo, hasta la puerta de la casa colindante, la fachada era muy estrecha y más bién parecía la base de una antigua torre con su puerta forjada abajo.

Atisbé a través de la gran cerradura pero la oscuridad de la noche era impenetrable.

Mortacleto me esperaba con todo ya puesto para irse, también había sido un día duro para él, supongo.
Una vez seguro de su marcha cogí la linterna y bajé a la cocina, allí estaba todo igual, las ollas, los cazos, los cuchillos...allí también se guardaba la escalera de mano, una muy ligera de alumino.

Cargado con linterna y escalera, pensé en coger también un cuchillo pero desistí, encaminé mis pasos hacía la puerta de lo que quedaba de la casa colindante.
Apoyé la escalera en la pared, junto a la puerta, y subí hasta arriba.

El espacio de dentro se abría cómo un hongo nuclear y resultaba que el solar de la casa era mucho más grande de lo que parecía a tenor de su fachada, que era lo único que se mantenía en píe.
Dentro ya no había ni techos, ni muros, ni un tabique, ya no quedaba nada exceptuando el pozo, que sobrevivía en silencio en uno de los rincones de lo que, supongo, sería un patio interior.

Solo quedaba a la vista el pozo y algunas huellas del pasado, señales dónde hubo una escalera o azulejos blancos o celestes donde hubo un cuarto de baño.
Lo que a la luz del día podía ser la imagen más normal y cotidiana, bajo la luz de mi linterna parecía irreal...
el vacío del derribo se volvía tétrico y lleno de sombras inquietantes.

El sonido...
El sonido lo ponían los gatos...o eso creo.


UNA NOTA EN LA TAQUILLA VII.

Todavía encima de la escalera, observando el pozo desde lo alto de la tapia pude oir un ruido a mis espaldas, antes de que pudiera mirar hacía atrás para buscar el origen una sombra ya estaba a mi lado, a pie de escalera, miré hacía abajo y sólo pude ver la pistola en su mano.

-¿Quién es usted? ¿Qué se supone que está haciendo?.- me dijo la sombra.
Detrás de la sombra apareció otra de silueta más familiar.
-Guarde su pistola agente, es el portero del hotel.- Corominas, el ayudante del inspector había hablado, el poli obedeció al segundo con un "Si señor".

Ya por la mañana el jodido pito del portero automático me hizo saltar del sillón, en el monitor de la camara de seguridad la señorita Pepis me daba los buenos días muy seria, normal, corren malos tiempos para todos.
Ya en la puerta le deseé con una sonrisa que tuviera un buen día, pero antes de irme decidí preguntarle:
-Oye Pilar ¿Cuándo empezaron la demolición de la casa de al lado?-
-Pues hace unos días, una semana quizás. Si, una semana, recuerdo que las máquinas llegaron el mismo día que tú empezabas a trabajar, hace una semana justa.-

Acostado ya en mi cama empecé a darle vueltas.
Una semana llevo trabajando, una semana hace que empezaron las obras, una semana ha pasado desde que el portero anterior desapareciera y lo que más me inquietaba, el mismo tiempo, exactamente, hacía desde la desaparición del recien nacido.

Decidí marcar un número, el que venía impreso en la tarjeta del Inspector Suarez.

UNA NOTA EN LA TAQUILLA VIII.

Me reuní con el inspector una hora más tarde y le conté mi teoría de los siete días.

El inspector se llevó la mano derecha a la barbilla y la otra al costado, tras unos segundos de silencio empezó a hablar con acento de ningún lado.

-Mire... no puedo contarle mucho a pesar de estar usted metido en este asunto hasta el corvejón, aquí el profesional soy yo y el que tiene que mojarse también.
Sólo puedo decirle que somos conscientes de que coinciden las fechas, nuestros informáticos también han confirmado el origen desde donde fué creada esa página en internet y hemos analizado de pe a pa el "escrito misterioso" que usted nos dió. Para finalizar tenemos una prueba casi concluyente y es que las desapariones coinciden en fecha con los días de descanso de su antecesor, por último esta mañana hemos encontrado su furgoneta, de lo que había dentro sí que no le puedo hablar. Olvídese del asunto, usted bastante tiene ya con pasar las noches ahí solo.
Déjelo en manos de la policía, la vida de tres personas y un bebé podrían estar en juego, por cierto, anoche pudo comprobar que no nos cruzamos de brazos ¿no es cierto?.-

La conversación quedó ahí, sin dejar que yo contestara se despidió y amablemente me pidió que no metiera más las narices en el asunto ni diera más paseitos nocturnos por los alrededores del hotel.

Este Inspector iba en Vespa.
...Y yo iba andando.

UNA NOTA EN LA TAQUILLA IX.

Los obreros volvieron.

A las ocho de la mañana empezó el jaleo en el solar ya vacío de la antigua casa, cinco minutos más tarde me fuí escaleras abajo y salí al callejón, esperaría allí a Pilar.

Observando el ir y venir de cascos verdes y blancos me llevé una grata sorpresa, un casco volaba sobre los demás, a más altura, mi amigo Mundo, albañil de la NBA andaba por allí dando órdenes a los peones.
Mediante un silbido conseguí que mirara y me viera, dos piernas de a metro y medio cada una emprendieron la marcha hacía mí.

Tras los saludos pertinentes fuí al grano y me contó lo siguiente:

Hoy derribarían el muro exterior y en su lugar pondrían una valla de seguridad metálica, mañana empezarían con las excavaciones para la cimentación de los nuevos apartamentos.
Le pregunté entonces por la antigua casa y fué cuando me contó lo más interesante.
Me dijó que cuando llegaron con las máquinas, los primeros obreros en entrar se encontraron con algo muy curioso. Una de las habitaciones aparecía limpia y descombrada en medio del caos que supone una casa en ruinas, había una gran mesa y varias sillas y una chimenea que todavía olía a leña y comida.
También un pequeño cuarto de baño parecía haber sido utilizado hacía poco.

En ese momento, sin tiempo para asimilar la información apareció Pilar, falda roja cortaojos encima de unas mallas negras ajustadas y unas botas altas con tacones de aquí te quiero ver.
Desde el solar vinieron algunos comentarios de albañiles.
-Niñaaa me gustas más que la hora del bocata.-Dijo un de ellos a viva voz.
-Eso es un conejo y no el bugs buni.-Dijo otro un pelín más bajito.

Pilar se perdió en las entrañas del hotel sin hacer caso pero con media sonrisa en sus labios, sus atuendos de infarto seguían impactando y eso era un triunfo para élla.

-Bueno... pues eso es lo que sé.-me dijo Mundo antes de largarse dando grandes zancadas en dirección al tajo, tendrían que derribar y desescombrar el único muro que quedaba en pié.

Yo por mi parte me descombré el cerebro y me acordé de aquel anciano, el señor Don Leandro.

UNA NOTA EN LA TAQUILLA X.

Tras la charla con Mundo me fuí directo al Café Occidental a tomar café y tostadas con pringá, leería el periódico hasta las diez, hora en la que abren el estanco de la calle Central, allí saben todo lo que pasa en el barrio.

El estanco de la calle Central está regentado por Maxi, un cofrade jevi de casi cuarenta años entrado en carnes, barbudo y greñudo.
Su abuelo, Maximiliano, llega a los ochenta años y le ayuda de vez en cuando, con su paso torpe y lento te dá el tabaco que le pides, es lento pero nunca se equivoca y conoce al dedillo todos los productos tabaqueros. No obstante el estanco lo montó él hace cuarenta o cincuenta años.
Siempre tienen música puesta, marchas cofrades cuando está el abuelo y los AC/DC o los Manowar cuando está el nieto.
La decoración es antigua, cristos, vírgenes y carteles de Semana Santa en las paredes y un montón de souveniers del año la pera que nunca se vendieron en las estanterias y escaparates.
Hay de todo, barcos de madera en miniatura, fotopostales oxidadas, llaveros de los tiempos de Franco, todo tipo de objetos y regalos hechos con conchitas y caracolas de mar, guerreros medievales de plomo, colecciones de dinosaurios de plástico.
Todo tiene un halo de antiguedad, en el estanco de la calle Central todo huele a viejo, el aire también.

Entré en el viejo local dando los buenos días, Maxi me los devolvió acompañando sus palabras con un redoble de manos en el mostrador, sonaban los Maiden.

-Dame tabaco de liar Maxi.-
Cuando todavía no había cogido el tabaco de la estantería, todavía vuelto de espaldas, le entré a matar.

-¿Oye Maxi conoces tú a ese anciano, Don Leandro? ¿Sabes donde vive? ¿si tiene familia?-
Maxi puso cara rara pero en ese mismo momento acababa la canción de los Maiden y empezaban los acordes de un tema de Taste y eso me ayudó a romper el hielo.
-Grande Rory Gallaguer.- le dije intentando quitar metralla a la ráfaga de preguntas.
Maxi sonrió cómplice y empezó a largar.

Don leandro andaría cerca de los ochenta años y era policía local retirado, por lo visto acabó un poco desquiciado no se sabe bien porqué, el caso es que , ya jubilado, hacía cosas extrañas como situarse en medio de la carretera a dirigir el tráfico o patrullar su propio barrio porra en mano.
Eso le llevó a tener problemas con el resto de mortales y estuvo un tiempo recluido en un hospital de salud mental, al salir, atiborrado de pastillas ya no era el mismo y se limitaba a levantarse muy temprano y recorrer las calles del centro andando.
-Anda arastrando los pies, así.-me dijo Maxi, mientras intentaba imitar el paso del viejo.
-¿Me dices dónde vive, Maxi?-le pregunté por fín.

Salí de allí con una sóla intención, conocer a Don leandro, el viejo policía que incluso ya jubilado siguió cuidando del orden y la ley.

UNA NOTA EN LA TAQUILLA XI.

Dispuesto a terminar con esta historia me encaminé hacía la dirección que me dió Maxi, el estanquero cofrade y jevi.

Don Leandro vivía en una casa en las afueras, a la que se llegaba a través de un camino de tierra amarilla flanqueado de aucaliptos que en otro tiempo fueron encinas.
Caminando, como siempre, bajo el sol del mediodía llegué hata la verja de entrada.
Era una casa de campo, con jardín rodeado de setos que servían de limite con el exterior y a la que la ciudad iba comiendo terreno, acercándose silenciosa la urbe acabaría engulléndola.

Eché un vistazo desde el exterior, no había señales de vida así que decidí saltar la verja y entrar en la zona ajardinada.
Recorrí el tramo de camino empedrado que llegaba hasta la puerta de la vivienda y atisbé tras los cristales de una de las ventanas, no se veía a nadie.
Me ayudé de mis conocimientos de ex-delincuente juvenil y forzé una de las ventanas, ya estaba dentro.
La primera impresión recibida fué captada por mi olfato, olía raro, mezcla de humedad y comida rancia, seguidamente mis ojos se fueron acostumbrando a la oscuridad interior.
No había mucho desorden, no más que en cualquier otro hogar, a través de un pasillo que comunicaba con todas las demás habitaciones llegué a lo que parecía el salón.
Una mesa y varias sillas, un sofá, chimenea y televisión.
Encima de la repisa de la chimenea un portafotos familiar era el único detalle decorativo de la espaciosa habitación.
Con mano temblorosa agarré el portafotos y encendí mi teléfono móvil a modo de linterna, en la foto se podía ver a varias personas sentadas en un sofá y a otra de pié, la persona que estaba de pié era un hombre de unos treinta años con un bebé en los brazos, parecía una foto familiar como cualquier otra si no fuera por un pequeño detalle que me heló la sangre.
Entonces recordé las fotos que nos mostró el inspector Suarez, allí estaban, la chica de ventitantos años, el señor sexagenario regordete, la señora cincuentona y un señor tan viejo que debía ser el señor Don Leandro, por último, y en brazos de la única persona con vida de la foto estaba el recién nacido, aquel bebé desaparecido.
Sí, era una verdadera foto familiar, tan normal como cualquier otra si olvidábamos ese pequeño detalle, y es que todos, excepto el cabeza de familia, aquel hombre con un niño en brazos, parecían sin vida, posaban ya muertos y obligados a formar parte para siempre de una familia que no era la suya.
Prácticamente con el pulso y el corazón al límite marqué en mi teléfono movil el número del inspector Suarez.
No me dió tiempo a decir "hola", el golpe en la cabeza me dejó kao.

Tumbado en el suelo, consciente pero sin poder mover un solo dedo, paralizado, el agresor traicionero, el mismo hombre que aparecía en la foto sujetando al niño, me agarró de los pies y empezó a arrastrar mi cuerpo.

Aterrorizado, con mi espalda tocando el frio suelo maldije en silencio al inspector Suárez ¿por qué había estado tan lento esta vez? ¿por qué no se me adelantó como siempre hacía?.

Mi agresor empezó a murmurar frases para sí mismo mientras me arrastraba no sé adonde.

-No me quitarán a mi familia, he luchado por ella y me costó sangre y sudor encontrar otro hogar cuando aquellas málditas máquinas llegaron. Todo el mundo tiene derecho a un hogar, a una familia.
Yo sólo quería ser un hombre normal.-

Tumbado boca arriba escuché aturdido sus palabras y pude verle la cara, desde la perspectiva que te da el suelo por fín conocía al antiguo portero de noche.

En ese instante pude entenderlo, tarde, pero podía entenderlo.
Lo peor de todo es que ahora, desde este mismo momento, yo también pertenecería para siempre a élla, a su familia.

FIN.