miércoles, diciembre 27, 2006

DESMEMORIAS DE AFRICA.
(La otra versión, con final distinto, está en cementeriodeautomoviles.blogspot.com)


Antes de su llegada yo sólo sabía lo que Marco me había contado sobre él, me dijo que su primo Paolo era un tipo brillante en todo lo que hacía, que había cruzado el Atlántico en un pequeño velero y que tocaba varios instrumentos musicales de forma notable.
Que había empezado un par de carreras universitarias y que ambas las abandonó en el último curso, que era "un máquina" de la informática y dominaba varios idiomas.

-Paolo es un buen elemento.- acabó diciéndome Marco con su acento milanés.

Aquel día Paolo volvía de un largo viaje de tres meses por el oeste Africano, tres meses sintiendo en su propio pellejo la naturaleza indómita de una zona a la que los antiguos negreros llamaban "la costa de los esclavos" , países como Togo, Ghana o Benin surtieron en aquellos años de mano de obra gratis a las colonias del caribe.

Por razones que no vienen al caso tuve que compartir mi casa durante dos meses con Marco, el hecho, lejos de deteriorar nuestra amistad, cosa que ocurre casi siempre, la afianzó hasta tal punto que pasábamos casi todo el tiempo juntos, eran especiales las tardes en el porche, leyendo, jugando al ajedrez o simplemente mirando al mar sin mover un músculo, llenos de sencillo gozo dábamos jaque mate a la tarde, al sol.
Marco me pidió que le acompañase en su coche hasta el puerto de Tarifa, allí recogeríamos a su primo y lo traeríamos a casa, con nosotros estaría varios días antes de volver a Milán.

En el puerto había poco ajetreo de viajeros así que no fue difícil visualizar a Paolo, pelo rapado al uno, mediana estatura, camiseta roja descolorida por el sol, vaqueros raídos y destartaladas sandalias de cuero.

-Todo normal.-pensé, sobre todo para un tipo que viene de estar tres meses por lugares salvajes.

Menos normal fue el frío saludo a Marco frente al intento de abrazo de éste, aquello fue un verdadero abrazo unilateral. Ni que decir tiene que a mi casi ni me miró.

Ya dentro del vehículo siguió callado, sentado en la parte trasera perdió la vista hacía el mar en cuanto enfilamos la carretera que bordea la costa, sus ojos se perdieron en el Estrecho. -Bueno... al fin y al cabo es normal que no diga ni "mu", vendrá muerto el pobre.- pensé por segunda vez.

Tras recorrer varios kilómetros a través de la Nacional 340 Marco aminoró la velocidad y torció a la derecha, la noche ya era noche así que el camino de La Peña lucía totalmente oscuro, a veinte kilómetros por hora fuimos subiendo entre baches hasta lo alto de la colina, allí estaba nuestra casa.
Desde La Peña puedes divisar el Estrecho, la gran duna de Valdevaqueros y en los días claros la otra orilla, coronada por el Jebel Musa en el Este y Tánger poniendo fin al pasillo de agua salada en el lado Oeste. En medio, un mismo agua bañando dos tierras distintas que en los días claros parecían más cerca, parecían la misma tierra.
Probablemente en aquellos momentos de oscuridad y aguas dóciles alguien en medio del frío Estrecho estuviera pensando todo lo contrario y sus ojos, escocidos por la sal, vieran nuestra orilla más lejos que nunca.
El ladrido de los perros me sacó de mis pensamientos, habíamos llegado a casa.

No pude quedarme mucho tiempo pues en media hora debía estar en el restaurante, ponerme el mandil y darle de comer a un montón de “blancuchos” turistas con la piel de las caras, los cuellos y las piernas maltratadas por el sol. Así que cogí mi coche y me puse a desandar el camino, es lo que tiene vivir en medio del monte, sobre todo de noche dependes inexorablemente de algún vehículo.
Al final del camino la carretera me devolvía al mundo real, a ambos márgenes del asfalto, restaurantes, hoteles y campings ocupaban todo espacio físico, en uno de aquellos restaurante trabajaba un servidor.
Llegué sin ganas de trabajar, de hecho me hubiera ido antes de llegar, sí eso fuera posible claro.

Entre conversaciones en inglés y brochetas de mero llegó la hora del cierre, momento especial.
Mezclas en una coctelera una dosis alta de soledad, unos gramos de nostalgia, unos litros de deseo y un chicle recién despegado del suelo, todo ello agitado y aderezado con la medida exacta de humo de tabaco y vapores de alcohol, a eso me sabe a mi el momento de cierre de un bar. Y también la música, que una vez se marchaba la gente quedaba toda entera para un servidor, cada acorde, cada letra de una canción encontraba su sitio lejos del murmullo atronador de una panda de comensales.

Con tales pensamientos salí de la nacional y, pacientemente, comencé a subir la colina, delante de los faros del coche la tosca calzada se abría entre piedras y palmitos, cercos de corrales y los últimos insectos del ya mediado Septiembre que golpeaban el parabrisas en plan kamikaze. A un kilómetro de casa tuve que parar, había algo inerte en medio del camino, bajé del coche agradeciendo el aire puro, el silencio, lejos del ruido de platos, tenedores y conversaciones que no me interesaban o que ni siquiera entendía.
Con un gesto mitad pena y mitad asco la moví levemente con el pie derecho, estaba muerta, desangrada, algún perro se había cebado con ella, con una pobre gallina, la señora Manola se iba a llevar un buen disgusto.

Llegado a casa pasaban las dos de la madrugada y, como siempre, Mundo y Sara me ofrecieron su sinfonía de ladridos a modo de recibimiento, antes de acostarme eché un cigarrito en el porche, la noche estaba en calma, no así los perros que seguían ladrando, rompiendo la costumbre de callarse una vez yo estaba dentro de la zona cercada que rodeaba la casa.
Media hora más tarde, metido ya en la cama me acordé de la gallina degollada.- Ese perro "matagallinas" ronda cerca.-pensé. Un rato después caí dormido.
...recuerdo que los perros, mis perros, seguían ladrando.

Al día siguiente me bajé de la cama pasado el mediodía, Marco estaba en el salón, tirado en el sofá leía una revista de cine con Bela Lugosi en la portada, mientras preparaba café le pregunté por su primo.

-Pues estará en su habitación, ni lo he llamado, ayer vendría cansado, te digo yo que no es así de raro y por eso he pensado que le vendrá bien dormir hasta que se lo pida el cuerpo. En todo caso si no se despierta lo llamo en un rato.- me dijo.

Dispuesto a acribillarlo a preguntas sobre las rarezas de su primo iba a abrir la boca pero los ladridos de Mundo y Sara me hicieron cerrarla, repentinamente mi mente se fue a otro sitio, en unos segundos mi cabeza estaba de nuevo en el camino, viendo a aquella gallina muerta.
Marco se quedó a la expectativa.

-¿Bueno qué?- me apremió a que dijera algo.
-¿Te has dado cuenta Marco que los perros no paran de ladrar? anoche cuando volvía me...

De nuevo interrumpí mis palabras, esta vez porque la señora Manola gritaba desde la verja de entrada.
Así que Marco se enteró de la historia por boca de la vecina, yo por mi parte escuché con interés los nuevos detalles que aportó la señora Manola, entre otras cosas que no habían degollado a una gallina.
...fuera lo que fuera o quien fuera había sacrificado a cinco gallinas y a un cordero, todos sacados por la fuerza del corral y esparcidos sus restos por el monte.

La señora Manola miró con una pizca de desconfianza a Mundo y a Sara.

-¿Están muy nerviosos no?- preguntó la mujer.

-Señora, usted sabe perfectamente que mis perros son incapaces de hacer algo así.

-Si yo te entiendo hijo pero los perros también padecen enfermedades, también se vuelven locos como las personas, si hasta los humanos matan ¿como no va a tener instinto asesino un animal que viene del lobo? los tuyos además son muy grandes. Este viento de levante que azota estas tierras vuelve locas hasta a las piedras.- la señora manola hablaba sin quitar ojo a los perros.

-En el momento que yo notara que alguno de mis animales...en fin que yo mismo...usted ya sabe.-le dije dando por terminada la conversación.

Manola se fue murmurando frases ininteligibles y yo me quedé pensando en el asunto.

Ese día tenía turno de mañana así que me tomé el café y me marche al trabajo.

-Dale saludos de mi parte a la marmota ¿todos en Milán sois igual de tranquilos?- le pregunté retóricamente a Marco antes de irme.

Hoy tocaba almuerzos en vez de cenas, bikinis y pareos en vez de trajes de noche y mangas de repuesto por si acaso, la brisa fresca que trae el viento de poniente bajaba grados a la noche de Tarifa y los pueblos del interior lo agradecían como lluvia de abril, se olvidaban por unos momentos del calor sofocante del verano andaluz.
Entre platos de pasta, carpaccios de atún y chicas tatuadas con soles y lunas se me pasó la tarde volando. A las seis estaba ya en la carretera, eso si, inmerso en una caravana de automóviles impropia en el mes de Septiembre. El querido y deseado Septiembre.
Cuarenta minutos después estaba en casa, caía ya el atardecer y ocurrió algo que en otra situación no me hubiera preocupado lo más mínimo y es que sólo vino a recibirme Sara, con el rabo entre las patas y en actitud temerosa.
Entré en la casa llamando a Marco, no estaba, miré en el dormitorio de Paolo y tampoco estaba, salí afuera y me puse a llamar a voces y a silbidos a mi perro, a Mundo.
A los veinte minutos apareció Marco cargado de compras, no sabía nada del perro ni de su primo.

-Lo dejé acostado, como está tan bucólico quizás esté dando una vuelta por el campo, no creo que sea capaz de volver de África y después sea tan tonto de perderse por estos montes.-fue toda su respuesta.

La noche llegó profunda y los gritos de los animales salvajes pusieron música a la madrugada, ni rastro de Mundo, ni rastro de Paolo.
Opté por llevarme a Sara dentro de la casa, no la dejaría sola en una noche tan oscura.

La tranquilidad de Marco hizo que esperáramos un par de días para denunciar su desaparición, así como para mirar en su vieja mochila y avisar a su familia más cercana. Su hermana mayor intentaría llegar cuanto antes desde Milán.
Por nuestra parte y antes de irnos al cuartel de la guardia civil registramos la pequeña y sucia mochila de Paolo.
En su petate no había nada, a excepción de la cámara de video, que fuera habitual en el equipaje de un viajero occidental actual. Por contra traía unos frutos extraños metidos en un bote de cristal, supuse que se trataba de nuez de cola aunque no estaba seguro. También traía un rollo de palillos atados con cuerda.

-Eso lo utilizan allí para limpiarse los "piños".- dijo al momento Marco con su acento italiano-andaluz.

Una camiseta negra destrozada y unos calcetines más destrozados aún, completaban las propiedades del joven viajero italiano.

Visto lo visto nos fuimos a por la cámara de video.


Esa tarde nos tragamos varias horas de grabaciones, las imágenes, a medida que avanzaba la cinta fueron asilvestrándose, volviéndose agrestes.
Empezando por el bullicio de Dakar y hasta llegar a la máxima sencillez en la forma de vida del pueblo más pequeño e ínfimo del oeste africano.
Los diez últimos minutos de grabación nos dejó un mal sabor de boca.

“Paolo estaba sentado en el suelo sobre las alfombras del interior de lo que parecía una jaima, sentado frente a él y con una mesa baja y redonda por medio, un hombre que parecía muy alto, aun sentado lo parecía, realizaba una especie de ritual.
El hombre, por sus ropas, su rostro curtido y sus barbas parecía una especie de señor bereber.
En una tetera puso agua hirviendo, echó en su interior unas hierbas y acabó introduciendo un gran manojo de raíces secas. Todo ello acompañado por un discurso en una lengua extraña y desconocida para nosotros.
Con voz grave y profunda ponía ritmo a la ceremonia mientras agitaba arriba y abajo una extraña botella adornada con siniestros abalorios".

La grabación terminaba bruscamente antes de que la extraña infusión fuera servida.
Y lo extraño era que Paolo no volvió a grabar con su cámara en ningún momento del largo viaje de vuelta, según mostraba la fecha digitalizada en la pantalla había transcurrido una semana desde la última grabación.
Esa misma tarde pusimos una denuncia por desaparición en el cuartel de la guardia civil más cercano.

Durante esos dos días seguí buscando a Mundo, acompañado de Sara estuve mirando por los alrededores y preguntando en las casas más cercanas sin ningún éxito, al tercer día prácticamente lo daba por perdido o peor aún, por muerto.

Ese tercer día nos levantamos al amanecer, así lo habíamos decidido la noche anterior y, dado que era mi día de descanso lo dedicaríamos a buscar a Paolo por el monte, Cristina, nuestra vecina alemana nos prestaría dos caballos.

La casa de Cristina estaba a un kilómetro de la nuestra, allí tenía su pequeña cuadra con varios caballos y algunos asnos.
Así que cogimos un mapa, preparamos provisiones para el día completo y nos tiramos al monte, Sara y Cristina, que decidió acompañarnos en último momento, completaban la excursión.

La dueña de los caballos nos pidió precaución.

-Mis animales llevan unos días muy nerviosos, parecen asustados de algo así que vayan con cuidado.-

Marco y yo nos miramos cómplices así que le conté a Cristina lo que sabíamos, lo de mi perro y también lo de las gallinas y el cordero de la señora Manola.
Cristina abrió los ojos mostrando su asombro por lo que yo le contaba.

-Ahora me explico lo de los buitres, debe de haber más animales muertos en la zona.- dijo la alemana.

Marco y yo la miramos interrogantes.

-¿Es qué no miráis al cielo nunca? Todavía es temprano, están esperando a que el aire se caliente para coger altura, dentro de un par de horas estarán otra vez ahí, arriba de nuestras cabezas.-


En varios kilómetros a la redonda preguntamos en toda casa y granja que encontramos, en la mitad de ellas habían desaparecido animales o se lo habían encontrado degollados. En el mapa señalamos cada granja y la fecha del ataque.

Francisco, el molinero, nos enseñó su escopeta preparada.

-Me han “desangrao” dos gallinas, cuando las encontré estaban sequitas, os digo yo que lo que está matando a nuestros animales no es de estos montes. Debe ser una alimaña extraña del infierno.-

Francisco tenía fama de fantasioso y “cuentacuentos” pero aún así sus palabras me provocaron un escalofrío. Me acordé de Mundo.-No puede ser él.- pensé tristemente.

Al mediodía hicimos una parada para comer en un pequeño prado protegido del viento por una gran roca. Cristina señaló hacía arriba con su dedo, una veintena de buitres adornaba el cielo azul.
En el mapa tracé una línea de unión entre las granjas atacadas, teniendo en cuenta las fechas todo apuntaba a que “aquello” se desplazaba hacía el interior, hacía zonas mas escarpadas. La próxima finca en esa dirección se llamaba Villa de la Luz y era un rústico pero lujoso caserío perteneciente a una Duquesa.
Fuera lo que fuera aquella alimaña sus días estarían contados si entraba en aquella finca, vigilada por grandes perros y guardias armados con escopetas no era un sitio muy aconsejable para los animales salvajes del monte.
Tras la comida emprendimos la vuelta.

Al día siguiente tuvimos visita, era la guardia civil.

-Hemos encontrado a un hombre que podría ser su primo, no lo sabemos con seguridad porque no llevaba documentación pero tanto por la descripción como por el sitio en el que lo encontramos indican que puede tratarse de él. Los vigilantes lo tomaron por un ladrón en las cercanías de la Villa de la Luz y según parece atacó a uno de ellos, le han disparado con bastante mala fortuna, lo siento.- dijo uno de los agentes.

Una hora más tarde salíamos del depósito de cadáveres tras reconocer el cuerpo. Definitivamente se trataba de Paolo y, definitivamente también y tras recorrer varias calles andando yo tenía la sensación de que alguien nos seguía.

Un hombre mayor, con canas y lentes, alto y con una barba blanca pulcramente cuidada nos asaltó una vez alejados de la morgue.

-¿Es usted uno de sus familiares?- preguntó a Marco.-Necesito hablar con usted, a solas, es delicado y por eso he esperado a estar lejos del tanatorio, no quería que nos vieran hablando.-

-Vale hablemos, pero él viene.- Marco no dejaba opciones, yo también debía estar invitado a la charla.

En una cafetería cercana nos sentamos frente a unos cafés.


El hombre misterioso dijo ser forense, de hecho dijo ser uno de los forenses que había hecho la autopsia a su primo.

-Han desautorizado mi firma, en cuanto expuse mi opinión a mis superiores llamaron a otro forense y amenazaron con joderme de forma seria si contaba algún chisme por ahí.-

-¿Qué diablos está pasando?- preguntó Marco en voz alta.

-Hable bajito por favor. Mire, el caso es que necesito el cadáver de Paolo para demostrar que tengo razón. Necesito su cuerpo para despejar algunas dudas y así poder explicar de forma lógica lo que ha pasado. Quiero aclarar las incógnitas que rodean su muerte.-

-¿ Le pegaron un tiro no? Porqué darle más vueltas.- Preguntó Marco enfatizando sus palabras con un gesto de las manos.

-El cuerpo de su primo contenía una gran cantidad de tetradotoxina.-empezó a decir el supuesto médico.

Automáticamente aquellas palabras me hicieron pensar en aquellas imágenes grabadas por Paolo. El forense siguió hablando.

-Es una potentísima droga que se utiliza en rituales en África y en algunos países caribeños.

Mi mente se trasladó a aquella jaima y el rostro del sacerdote bereber se hizo claro en mi recuerdo.

-A su primo no le mataron los perdigones disparados por una escopeta.- siguió diciendo el médico. Yo seguí recordando, la tetera, aquella poción extraña, la macabra botella.

-Señores.-apuntilló el forense.- A Paolo no lo mató un disparo. Paolo hacía más de una semana que…en fin, lo que quiero decirles es que cuando dispararon a Paolo su primo estaba ya muerto. Llevaba más de una semana muerto