POR DOS TALEGAS DE CARACOLES.
Todo el mundo debería saber que la verdad y la mentira van de la mano casi siempre y que no hay historia contada que no esté exenta ni de la una ni de la otra.
Pensando un servidor de esta forma, de lo que me contó Miguel "el Pabilo" sólo me creí la mitad. Eso fue cuando volví a mi ciudad después de treinta años. Mucho tiempo y todo cambiado, sobre todo para el que regresa.
Y aunque parezca mentira lo que menos cambia son las personas. Podemos cambiar de casa, de coche y hasta de familia pero no de carácter. Me refiero a la esencia del carácter.
Y contemplando los cambios del pueblo estaba yo cuando me encontré al Pabilo en plena calle Las Mujeres. Mención especial merece esta calle, denominada en tiempos de Franco con el nombre de un pájaro llamado José Sanjurjo pero rebautizada por la sabiduría popular por ser calle donde las putas ofrecían saciar hambres. Y así fue que se le quedó de nombre Las Mujeres, y así fue que por allí mismo me encontré al viejo Pabilo, con su andar vacilón y los bajos de los pantalones muy por encima de los tobillos, igual de delgado que siempre, o mejor dicho: igual de delgado que hacía treinta años.
El Pabilo no es persona de hablar por hablar así que no fue hasta que le pregunté por Benito el Conejo que no me contó lo que ahora cuento yo. Una historia escrita con sangre caliente a finales de Junio, cuando el calor aprieta en la marisma. Y así el Pabilo, sin decir el nombre del antro me contó que todo ocurrió en una venta de carretera y mala muerte situada entre Utrera y los Palacios, a finales de Junio, cuando en las tardes el calor hace hervir las aguas del bajo Guadalquivir y convierte en puchero la de los canales construidos en su día por los presos del Franquismo. El viejo Pabilo siguió largando por la boca y me contó que Benito el Conejo salió al campo aquel dia a las diez de la mañana en busca de caracoles, que lo hizo montado en su Puch Borrasca, que cogió dos talegas como de a diez kilos cada una y que empleó dos o tres horas en el asunto. Me contó también que su mujer, la de Benito, le reñiría por traer más caracoles, que estaba harta de limpiarlos y de encontrárselos hasta en el cajón de las bragas. El Pabilo me aseguró que todo esto se lo contó el mismo Benito antes de pasar lo que pasó y que él mismo, el Pabilo, presenció todo lo que aconteció después.
Después.
Después de estar varias horas sudando la gota gorda y clavándose espigas y cardos en los tobillos. Después de ladrarle perros como osos y varios mayorales llamarle la atención por saltar alguna que otra valla. Después de los temores a la regañina de la parienta. Después de todo eso vino lo gordo. A la hora de la tapa y la cerveza. O dicho por lo fino: todo ocurrió a la hora del aperitivo. Aunque en aquella venta lo que más se bebiera a esa y a todas horas fuera vino solera y mosto de Trebujena.
El Pabilo interrumpió la historia mostrando su muñeca izquierda, tocándosela con un dedo me señalaba que era la hora del vermuth y me preguntó que dónde lo invitaba a un cacharro. O dicho por lo fino, al aperitivo.
Así que nos fuimos a un lugar nada fino, al Trina, ese bar que en los años setenta era el no va más pero que se quedó anclado en el tiempo con su barra de aluminio y sus azulejos, con sus paredes preñadas por el olor a aceite requemado y a mollejas fritas. El Trina era de esos sitios en los que todo lo que está a la vista antes de verse, un instante antes, ya se ha olido. Uno de esos sitios donde los olores se pueden tocar y son parte del mobiliario.
Yo cerveza, el Pabilo pidió un "hijoputa", que es vino fino con un toque de mistela.
El vino mistela endulza el vino fino ocultando el verdadero poder del caldo y entonces entra en el cuerpo como el agua. Cuando te quieres dar cuenta, que es normalmente cuando te levantas de la silla, estás grogui y te cagas en la puta madre de la mezcla, de ahí el nombre. Las borracheras de hijoputa son como las gatas en la noche, tan sigilosas que no las ves venir.
Pero tranquilos que ya sigo con la historia, que más impaciente que vosotros estaba yo aquel día así que le di un codazo al Pabilo y le exigí que me contara qué coño le había pasado a Benito el Conejo después de coger caracoles. Tras apurar su vaso de hijoputa y señalarme con las cejas que quería otro me contó lo que sigue.
Aquella mañana el Pabilo se levantó temprano, un señorito de conocida familia ganadera soltaba en su propio "tentaero" unas vaquillas para que las torearan los alumnos de una escuela taurina, además daban paella y sardinas asadas. Y allí que se fue el Pabilo como San Fernando, unas veces a pie y otras andando. Lo hizo acompañado de "el Letras". Ante esto último le puse cara rara puesto que el Letras era un plasta y lo sabía todo el mundo. Me explicó que el susodicho le había metido en el asunto asegurándole que conocía al señorito y que allí estarían como en su casa. El único problema estaba en que teniamos que ir andando, cinco kilómetros andando, me contaba el Pabilo apurando el tercer chato y alzando las cejas buscando el cuarto. Menos mal que no le daba a los cubatas, me hubiera resultado cara esta historia. Yo cerveza.
-Pa resumir: ¿cómo coño acabaste en la venta? -pregunté ya inquieto.
Nos echaron y ni el Letras conocía al señorito ni a la vaquilla ni a naide, ni paella, ni sardinas, ni ná. Así que salimos pitando de allí y nos fuimos a la venta a por un cacharro. Y allí ¿sabes quien estaba? ni más ni menos que "el Melón". Ni más ni menos que jugándose las perras al "jinley" y ni más ni menos que perdiendo mas de dos mil duros. Con los que estaba jugándose los cuartos no se iba a meter, ya ves, el Ulloa, el Singorra y el Membrillo, como para hacerlo. Tu sabes de sobras quienes son y que sólo te hablaré del Ulloa, pues los otros dos siguen vivitos y no quiero tonterías. Sabes de lo que te hablo. Del Ulloa sabes que fue campeón de España de boxeo y que por cosas de las drogas se perdió en la calle. En fin... que con los que estaba jugándose los cuartos a las cartas no se iba a meter. Conmigo y el Letras pues tampoco, yo por canijo y el Letras por tonto el Melón no hubiera quedado muy macho ante sus amiguetes. Con Pepín, el camarero, tampoco, puesto que era gitano de familia numerosa y ya se sabe como se las gastan los susodichos ante los asuntos familiares. Así que al próximo que entrara por la puerta le tocaba la china, en este caso más que china, melón.
Y por la puerta entró Benito, tras ponerle el patacabra a su Borrasca y echarse al hombro las dos talegas de caracoles.
Entró educado el tio, siguió contando el Pabilo, con un "buenos dias señores" se plantó en la barra y pidió cerveza para quitarse las calores. De dos tragos se bebió el tubo de cerveza, aguantando sin soltar un eructo que le infló varios segundos los mofletes. Tranquilamente se puso a ojear un cartel que anunciaba un campeonato de suelta de galgos.
Y pidió otra cerveza, amable y educado el tio lo hizo con un "por favor" que sonaba hasta raro en aquella venta. En el tiempo en que se bebió la segunda me contó lo que te conté antes sobre su mujer, su salida al campo y tal. Apurado el segundo tubo se pidió otra con otro "por favor".
Sonaba Bambino, siguió el pabilo, y se puso a canturrear:
"Esa mardita paré
que separa tu vida
y la mía.
Esa marddita paré
yo la voy a rompé
algún día"
Me acuerdo porque Pepín el camarero cantaba por encima, marcando vena en cuello al final de los estribillos y en los largos quejíos de Bambino. Recuerdo que la voz de bambino, en los tonos mas altos, hasta hacia saturar los altavoces.
Fue al final de uno de los estribillos cuando la voz del melón se oyó por encima de todos los demás sonidos, Pepín se quedó a mitad del quejío:
"Y sentirte mia,
mia nada má..."
Y el Melón se levantó, directo hacía Benito y navaja en mano, que había sacado y abierto en un visto y no visto, le pidió los caracoles "pa jugárselos" al "jinley".
Benito el Conejo no pudo acabarse aquella tercera cerveza, al primer "no" que salió por su boca el otro respondió con varias "mojás" que le abrieron el pecho en canal. Se podía ver el vapor que brotaba de las heridas y de la sangre, siguió contándome el Pabilo, se podía incluso percibir el olor y el calor que soltó el cuerpo al caer sobre el suelo ya encharcado y rojo. Ya ves. Por dos talegas de caracoles al Benito le dieron boleto. El otro estuvo un tiempo "entalegao", pero ya se sabe, a los pocos años ya estaba fuera otra vez.
Benito dejó mujer y dos hijos. Tengo que decirte que su viuda no volvió a limpiar caracoles en su vida, eso sí, me contó la Amparo, íntima de la susodicha, que para acordarse de vez en vez del marido dejó cuatro o cinco en el cajón de las bragas.
Fin.