miércoles, noviembre 08, 2006
UNA NOTA EN LA TAQUILLA IX.
Los obreros volvieron.
A las ocho de la mañana empezó el jaleo en el solar ya vacío de la antigua casa, cinco minutos más tarde me fuí escaleras abajo y salí al callejón, esperaría allí a Pilar.
Observando el ir y venir de cascos verdes y blancos me llevé una grata sorpresa, un casco volaba sobre los demás, a más altura, mi amigo Mundo, albañil de la NBA andaba por allí dando órdenes a los peones.
Mediante un silbido conseguí que mirara y me viera, dos piernas de a metro y medio cada una emprendieron la marcha hacía mí.
Tras los saludos pertinentes fuí al grano y me contó lo siguiente:
Hoy derribarían el muro exterior y en su lugar pondrían una valla de seguridad metálica, mañana empezarían con las excavaciones para la cimentación de los nuevos apartamentos.
Le pregunté entonces por la antigua casa y fué cuando me contó lo más interesante.
Me dijó que cuando llegaron con las máquinas, los primeros obreros en entrar se encontraron con algo muy curioso. Una de las habitaciones aparecía limpia y descombrada en medio del caos que supone una casa en ruinas, había una gran mesa y varias sillas y una chimenea que todavía olía a leña y comida.
También un pequeño cuarto de baño parecía haber sido utilizado hacía poco.
En ese momento, sin tiempo para asimilar la información apareció Pilar, falda roja cortaojos encima de unas mallas negras ajustadas y unas botas altas con tacones de aquí te quiero ver.
Desde el solar vinieron algunos comentarios de albañiles.
-Niñaaa me gustas más que la hora del bocata.-Dijo un de ellos a viva voz.
-Eso es un conejo y no el bugs buni.-Dijo otro un pelín más bajito.
Pilar se perdió en las entrañas del hotel sin hacer caso pero con media sonrisa en sus labios, sus atuendos de infarto seguían impactando y eso era un triunfo para élla.
-Bueno... pues eso es lo que sé.-me dijo Mundo antes de largarse dando grandes zancadas en dirección al tajo, tendrían que derribar y desescombrar el único muro que quedaba en pié.
Yo por mi parte me descombré el cerebro y me acordé de aquel anciano, el señor Don Leandro.
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