
LA MIRADA DEL CÍCLOPE BORRACHO.
Me pidió una manzanilla mirándome con su ojo bueno, el otro, el de crital, se mantenía medio cerrado y lloroso, tras limpiarlas con un pañuelo se puso de nuevo las gafas.
Estarían sonando los Ramones, o los Jam, o los Pixies qué se yo, eso
el Kiko, a pesar de sus sesenta y siete años y su amor por La Niña de la Puebla y Farina se lo pasaba por el forro, e incluso a veces, cuando estaba en la fase mas contenta de la borrachera se marcaba un conato de baile mirando a alguna chica, haciendo el payasete conseguía sacarle una sonrisa a alguna de las tantas jóvenes y jipiosas que frecuentaban "El Peligro", mi bar.
-Rubito, ¿no estará remontá? ¿cuánto hace que abriste esa botella?-
-Tranqui Kiko que la abrí ayer para tì mismo mamón, que ya ni te acuerdas.-
-Bueno ayer, de ayer no me acuerdo, el Ricardito me dio a fumá eso que fumáis ustedes y acabé bebiendo chupitos de güisqui con él y sus amigos los peluos.-
-Si ya te vi, si las niñas te tuvieron que llevar a casa.-
El Kiko vivía a doscientos metros del Peligro así que a menudo acababa la borrachera en mi bar, siempre venía ya cargado pues sus viejos píes de Albañil, jubilado y tuerto, no pisaban otro suelo que no fuera el de los bares, la calle y su casa.
En el apogeo de la melopea se ponía a desentonar por Machín:
"Tengo una debilidad
no sé porqué será
lo noto en tu miradaaaa"
Ya servida la manzanilla, fina y de Sanlúcar, se puso a removerla, a mirarla, a olerla, dándole por fin un sorbo y asintiendo con la cabeza.
-Está buena Rubito, está buena.-
-Buena está aquella rubia que hay en la esquina Kiko, esa si que está buena.-
El Kiko volvió la cabeza buscando a la rubia.
-Pero esa es tu novia mamón.-
-Ya, pero está buena o no está buena.-
Sin hacer más comentario sacó su cajetilla de Ducados, del negro, que del rubio no había entonces, y encendió un cigarrillo.
Tosió, maldijo y se cagó en los curas, las gafas se le empañaron del esfuerzo así que se las quitó de nuevo y las volvió a limpiar con su pañuelo de tela, de esos que ya no se usan.
-Pues el médico ma dicho otra vez que si no dejo el tabaco y el vino me muero, lleva diciéndomelo quince años pero yo aquí sigo, el problema es mi hermana que quiere que me arrecoja en mi casa y no me deja viví.-
Aparte de su hermana el Kiko estaba solo, su mujer se fue con los niños hacía ya años y acabó en Barcelona, se fue a la otra punta de España, no sé porqué pues creo que el Kiko no hubiera ido a buscarla ni a la vuelta de la esquina.
Mucho antes había perdido el ojo en alguna batalla callejera, debido a una pedrá que le propinó algún guerrero de barrio armado con tirachinas .
Era pequeño de estatura y calvo, y las arrugas de su rostro estaban impregnadas de mala vida, de humo de tabaco y putas yonquis de a quinientas pesetas la mamadita.
-Que sí Rubito, que la puta de mi hermana mestá puteando y dice que si no dejo el vino me mete en un centro para viejos, y yo antes muerto que en un sitio desos.
Fijate lo que te digo, antes dejo el vino que me dejo meter en ese lugar, esos lugares son peores que el cementerio.-
-Hombre Kiko, no sé que decirte.-
Efectivamente, no sabía que decirle.
Esa fue la última noche que lo vi dentro de un bar, dejó de venir y también de frecuentar los demás bares y tabernas de las que era parroquiano de honor.
Un mes más tarde me lo encontré por la calle, estaba más delgado y el rojo tinto de su rostro se había vuelto blanco mortecino, su andar era menos alegre.
-Hey Kiko, que alegría verte.-
-Qué pasa hombre.-Me dijo desde otro mundo.
En cierto modo me esperaba su reacción distante, como si no me conociera, estaba claro que había dejado de beber y de fumar pero también estaba claro que había dejado la memoria a un lado atiborrándose de tranquilizantes, lobotomizado por consejos de matasanos y familiares.
Olvidar para dejar de pensar en los buenos momentos, en los días de vino y charla con codo en barra, olvidar el olor y la alegría de los bares para hacer más llevaderos los últimos momentos, sin vino, sin tabaco, sin la anestesia al dolor que te proporciona un coño.
Mientras se liaba un canuto Ricardito me lo contó, tras la primera calada sus palabras cruzaron el humo gris y dulce del cannabis hasta llegar a mis oidos, habían pasado dos meses desde mi encuentro con el Kiko en la calle, un hecho tan sencillo pero imposible de repetir.
El Kiko había muerto.
Fin.
Me pidió una manzanilla mirándome con su ojo bueno, el otro, el de crital, se mantenía medio cerrado y lloroso, tras limpiarlas con un pañuelo se puso de nuevo las gafas.
Estarían sonando los Ramones, o los Jam, o los Pixies qué se yo, eso
el Kiko, a pesar de sus sesenta y siete años y su amor por La Niña de la Puebla y Farina se lo pasaba por el forro, e incluso a veces, cuando estaba en la fase mas contenta de la borrachera se marcaba un conato de baile mirando a alguna chica, haciendo el payasete conseguía sacarle una sonrisa a alguna de las tantas jóvenes y jipiosas que frecuentaban "El Peligro", mi bar.
-Rubito, ¿no estará remontá? ¿cuánto hace que abriste esa botella?-
-Tranqui Kiko que la abrí ayer para tì mismo mamón, que ya ni te acuerdas.-
-Bueno ayer, de ayer no me acuerdo, el Ricardito me dio a fumá eso que fumáis ustedes y acabé bebiendo chupitos de güisqui con él y sus amigos los peluos.-
-Si ya te vi, si las niñas te tuvieron que llevar a casa.-
El Kiko vivía a doscientos metros del Peligro así que a menudo acababa la borrachera en mi bar, siempre venía ya cargado pues sus viejos píes de Albañil, jubilado y tuerto, no pisaban otro suelo que no fuera el de los bares, la calle y su casa.
En el apogeo de la melopea se ponía a desentonar por Machín:
"Tengo una debilidad
no sé porqué será
lo noto en tu miradaaaa"
Ya servida la manzanilla, fina y de Sanlúcar, se puso a removerla, a mirarla, a olerla, dándole por fin un sorbo y asintiendo con la cabeza.
-Está buena Rubito, está buena.-
-Buena está aquella rubia que hay en la esquina Kiko, esa si que está buena.-
El Kiko volvió la cabeza buscando a la rubia.
-Pero esa es tu novia mamón.-
-Ya, pero está buena o no está buena.-
Sin hacer más comentario sacó su cajetilla de Ducados, del negro, que del rubio no había entonces, y encendió un cigarrillo.
Tosió, maldijo y se cagó en los curas, las gafas se le empañaron del esfuerzo así que se las quitó de nuevo y las volvió a limpiar con su pañuelo de tela, de esos que ya no se usan.
-Pues el médico ma dicho otra vez que si no dejo el tabaco y el vino me muero, lleva diciéndomelo quince años pero yo aquí sigo, el problema es mi hermana que quiere que me arrecoja en mi casa y no me deja viví.-
Aparte de su hermana el Kiko estaba solo, su mujer se fue con los niños hacía ya años y acabó en Barcelona, se fue a la otra punta de España, no sé porqué pues creo que el Kiko no hubiera ido a buscarla ni a la vuelta de la esquina.
Mucho antes había perdido el ojo en alguna batalla callejera, debido a una pedrá que le propinó algún guerrero de barrio armado con tirachinas .
Era pequeño de estatura y calvo, y las arrugas de su rostro estaban impregnadas de mala vida, de humo de tabaco y putas yonquis de a quinientas pesetas la mamadita.
-Que sí Rubito, que la puta de mi hermana mestá puteando y dice que si no dejo el vino me mete en un centro para viejos, y yo antes muerto que en un sitio desos.
Fijate lo que te digo, antes dejo el vino que me dejo meter en ese lugar, esos lugares son peores que el cementerio.-
-Hombre Kiko, no sé que decirte.-
Efectivamente, no sabía que decirle.
Esa fue la última noche que lo vi dentro de un bar, dejó de venir y también de frecuentar los demás bares y tabernas de las que era parroquiano de honor.
Un mes más tarde me lo encontré por la calle, estaba más delgado y el rojo tinto de su rostro se había vuelto blanco mortecino, su andar era menos alegre.
-Hey Kiko, que alegría verte.-
-Qué pasa hombre.-Me dijo desde otro mundo.
En cierto modo me esperaba su reacción distante, como si no me conociera, estaba claro que había dejado de beber y de fumar pero también estaba claro que había dejado la memoria a un lado atiborrándose de tranquilizantes, lobotomizado por consejos de matasanos y familiares.
Olvidar para dejar de pensar en los buenos momentos, en los días de vino y charla con codo en barra, olvidar el olor y la alegría de los bares para hacer más llevaderos los últimos momentos, sin vino, sin tabaco, sin la anestesia al dolor que te proporciona un coño.
Mientras se liaba un canuto Ricardito me lo contó, tras la primera calada sus palabras cruzaron el humo gris y dulce del cannabis hasta llegar a mis oidos, habían pasado dos meses desde mi encuentro con el Kiko en la calle, un hecho tan sencillo pero imposible de repetir.
El Kiko había muerto.
Fin.