miércoles, febrero 14, 2007

CONFESIONES DE UN CONVERSO.

I. EL PASEILLO.

El calor me despertó por tercer día consecutivo así que pensé que definitivamente había llegado el verano y con él, el calor insufrible con el que castiga a los pueblos del interior andaluz.
Como cada mañana me fui al bar “Pinto”, a tomar café y a leer el periódico entre ruidos de cafetera, choques de vajillas y carraspeos de ancianos. El ritual diario de tomar café y ojear el periódico era para mí sagrado, primero la sección de deportes, una pasada después por las noticias generales, los sucesos y terminaba con espectáculos y cultura, la sección de economía me daba grima y la taurina me la saltaba a la torera, sección aparte era la de ofertas de trabajo, ahí me paraba y pedía a Benito, el camarero, un bolígrafo.
Entre miles de anuncios de academias para opositores, vendedores, agentes comerciales y casas de relax encontré la solución a mis problemas económicos y la excusa perfecta para decir adiós al calor y al aburrimiento de un verano más en mi ciudad.

"SE NECESITA PORTERO NOCTURNO PARA HOTEL EN LA COSTA”

Cuando leí aquel anuncio no lo dudé un instante y llamé, llevaba tiempo sin trabajar y el dinero se iba como se van los pájaros en invierno. Cuando querías darte cuenta, irremisiblemente desaparecían, los pájaros del cielo y los ceros de la cuenta corriente.
Así que llamé sin dudarlo y no tuve muchos problemas para que me dieran el trabajo, supongo que no tanto por mis cualidades si no porque la gente dispuesta a trabajar de noche escasea bastante.

Mis labores se reducirían habitualmente a cobrar a los clientes que se iban de madrugada o entregar alguna llave o alguna toalla. En un horario de lo peor era el mejor de los trabajos para llevar a cabo mis aficiones sedentarias y me facilitaría la soledad necesaria para escribir.
Así el hotel se convirtió en marco inmejorable para mi vocación literaria y aquel pueblo costero en el decorado de mis nuevas aventuras.
Mi vida nocturna empezó a girar en torno a llaves que abrían y cerraban puertas que me recordaban con suma exactitud al engranaje-cerradura en que consiste la propia vida.
Por supuesto, también en torno a los huéspedes, compuestos por turistas y viajeros. Ni que decir tiene que no es lo mismo una cosa que la otra, para el viajero, el camino recorrido es fuente de aprendizaje, para el turista, el camino es sólo una obligación ineludible y a menudo engorrosa.
Dado, pienso yo, a que no era un hotel barato, normalmente acudían por allí más turistas que viajeros y, normalmente también más extranjeros que españoles.
Extranjeros venidos de Europa o Estados Unidos, por allí no asomaba el cuello ningún nigeriano o senegalés que también son extranjeros pero tampoco son la misma cosa.
Así, sobre todo en verano que el hotel estaba a rebosar, la tranquilidad era rota de vez en cuando y se transformaba en efímera aventura, algún encuentro con alguien especial, alguna situación curiosa, alguna chica temeraria.

Hasta esa noche mi opinión sobre el mundo de los toros era más bien negativa, incluso en mi juventud llegué a participar en activismo anti taurino, esa noche mi visión de la fiesta (o tragedia) taurina cambió por completo.
Fue la noche en la que ellos llegaron.

II. A CAPA Y ESPADA.

A las cinco de la mañana el estruendoso pitido del teléfono me hizo pegar un respingo en el sillón de recepción.
Era el mozo de espadas de un joven matador de toros y tenían habitaciones reservadas para él y toda su cuadrilla, estaban en la carretera y llegarían en media hora.
No obstante y a pesar del sobresalto un servidor esperaba esa llamada pues mi jefe me dejó una nota con una serie de indicaciones al respecto.

Exceptuando la llamada torera la noche había sido muy tranquila pues Septiembre tiene el poder de expulsar de golpe a las hordas agosteras que invaden los veranos de la costa andaluza.
Y ahora que caía en la cuenta, el hotel estaba casi vacío, la cuadrilla de toreros lo ocuparía prácticamente en su totalidad así que en media hora la noche dejaría de ser tranquila.

Pasada la media hora apareció una gran furgoneta de la que empezó a salir gente, que a su vez comenzó a sacar cosas de la parte trasera de la misma, a un ritmo lento pero sin pausa, cómo aquel que lo ha hecho mil veces y lo hace de memoria, por costumbre, baúles, cajas metálicas, maletines, trajes y unos embalajes muy extraños y curiosos que resultaron ser las botas de los picadores.

Aquel trajín rompió el silencio de la madrugada con golpes secos y pesados.

Un neófito taurino como yo no podía imaginar que una cuadrilla de toreros llevara tantos bártulos y enseres así que le sugerí al mozo de espadas que entrara en el hotel para planificar la ubicación de tanto equipaje.
El matador venía en un coche aparte, con su también joven novia, ocuparían la suite en la soledad de lo más alto del edificio.
Una vez repartidas las habitaciones y ubicados los bártulos, el trasiego de toreros por recepción no se hizo esperar.
Mientras tanto se me ocurrió buscar en internet la página web del matador, allí encontré información y fotos de todos los integrantes de la cuadrilla. Así cuando fueron apareciendo por recepción yo ya sabía hasta sus nombres.
El primero en aparecer, un hombre de unos cincuenta años, de rostro curtido y grandes patillas traía ropa para la lavandería.

-"A vé zi pué eztá pa lá cinco la tarde".-

-No se preocupe señor.- Le dije mientras metía la ropa en bolsas y anotaba la hora de entrega. Me dio las buenas noches y se fue por donde había venido.
Acto seguido busqué su ficha en la pantalla del ordenador, resultó ser picador, cosa que yo ya había intuido por las ropas que estaban en las bolsas y, sorpresa, el buen hombre había nacido en el mismo pueblo que un servidor, que pequeño es el mundo.

Sin tiempo para leer hasta el final los datos de mi paisano apareció por recepción el primer banderillero portando una extraña tela, algo parecido a una funda para una silla y me dice con marcado acento "granaíno" que también hay que lavarla:

-" Tan cuidao, eh dónde she shienta er mataó y aestá llena de shangre"

-¡Dios!- Es lo único que salió de mi boca.

-" Tranquilo hombre que no eh shangre humana que eh shangre de toro".- Apostilló el banderillero.

III. ESTOQUE Y MULETA.

Pero...
Me pregunto qué pasaría, sí en la tarde de mañana esa misma y extraña tela se tiñe de sangre humana y no de toro.
Pienso en el matador, abrazado a su novia... y puedo sentir, casi tocar, el sosiego de la madrugada de la que puede ser su última noche, pienso en la despedida incierta de los novios:
¿Un adiós para siempre o un sencillo hasta luego?

Al día siguiente, cómo otras veces, el hotel estará rodeado, sitiado más bien por insufribles
papparazzis en busca de la noticia fácil, estarán más pendientes de cualquier nimio cotilleo que del verdadero "ser" taurino, intentando transformar el arte del chismorreo en periodismo.

En cambio, sí la fiesta se torna en tragedia, si el desenlace hace que el matador caiga sin vida en la arena, este mismo hotel dónde ahora me hallo pasará a la historia de la tauromaquia y la suite donde el torero pasó su última noche se llenará de recuerdos macabros que a buen seguro recogerá algún que otro historiador del toreo.
En fin...al toro y que Dios reparta suerte.

IV. DE COSTADO FRENTE A LA MUERTE.

La cuadrilla se fue, su recuerdo se desvanece y para mí sólo queda la esencia, la esencia de los recuerdos.
Y ahora, recopilando emociones, todo empieza con un descomunal 4x4 aparcando en la acera de la puerta principal del hotel.
De la puerta trasera baja un hombre con cara de niño pero con mirada profunda y el sosiego de la experiencia en los gestos, doce horas en coche no le han arrugado el atuendo.
¿Qué son doce horas en coche si al día siguiente te juegas la vida?
En esos ojos esta reflejada la muerte pero yo no lo percibiré hasta días después, hasta esta misma noche, en la que empecé a enfrentarme a la esencia, a la esencia de los recuerdos, a lo que queda después del olvido.

Con la elegancia propia de un pistolero a la espera de la puesta de sol, el hombre-niño baja de su montura de cuatro ruedas, me atrevo a mirarle a los ojos durante unos segundos y me da la mano amablemente, en silencio, sobran las palabras.
Conmigo no va la disputa y hablará mañana en la plaza, cuando pise la arena, yo hago lo mismo y callo, hablaré noches después, hoy, la noche en la que escribo esto.

La entrada al hotel se convierte en escenario y nosotros en actores, su novia representa el amor, imprescindible el amor, el mozo de espadas es el padrino y yo el testigo, el cronista que dará vida escrita, quizás con sangre, al acto.
Los personajes están ahí y la tragedia estará servida, la juventud enfrentada a la muerte. Emoción e inquietud a merced de la suerte caprichosa, a merced del olor (y del dolor) que produce la sangre, la sangre joven.
Después en el ascensor, el reducido espacio hace que nuestros alientos se mezclen y que nuestras miradas huyan unas de otras, no miraré tan de cerca a la muerte en los ojos de un niño.

No tan de cerca, no en los ojos de un niño.

Ya en la suite todo es calma y los alientos vuelven a su sitio, en la terraza nuestras miradas se sienten libres y se pierden en dirección al castillo, con el océano y el mar de fondo y más al fondo... la otra orilla.

Fin.