sábado, febrero 02, 2008

CATORCE KILOMETROS.

Una ¡Glup!, dos ¡Glup!, tres ¡Glup!...catorce ¡Glup glup!... quince ¡Glup glup glup!.
Quinientos gramos de hachis en bellotas de a siete y tragadas por el coleto no son moco de pavo y Javi, a sus dieciocho años lo hacía por cuarta vez, se iba dando cuenta de la mierda que se metía en el cuerpo y en la mierda que se metía él mismo.
La ida, perfecta como siempre, unos pocos kilómetros de agua salada separando dos continentes y el ferry atestado de turistas europeos, jóvenes y jipiosos la mayoría, en contraste con familias enteras marroquíes que volvían a su tierra cargadas de bártulos y maletas llenas de regalos y repletas de frustraciones.
Ya en Tanger el moro Mustafá le prepara la cosa... mientras, le cuenta mil batallitas de antaño, de los tiempos en que empezaron a llegar los primeros culeros europeos y sólo llevaban tatuaje los legionarios, los marineros y los golfos.
Resuelto el trato, queda lo peor, la vuelta.
En el puerto, con el estómago pesado como una lápida y unas ganas de vomitar rexona (nunca abandona), espera a que llegue el Ferry. Compra agua y bebe sin sed.
-Seguro que la mar se pone brava, siempre me pasa.-Piensa amargado.
La policía marroquí no será problema, están más pendientes de sacarle los cuartos a los automovilistas que esperan en la cola, una gran cola, horas y horas desesperadas en espera de cruzar el charco.
Por fín dentro del Ferry y con casi cuarenta minutos de viento y olas por delante Javi intenta dormir, olvidarse de su estómago y de la fatiga , olvidarse de todo. No puede, mil temores vestidos de verde y tricornio le asaltan los pensamientos, la fatiga se hace mayor.
Ya una vez en la costa española, vía Tarifa, esos "casi cuarenta minutos" le han parecido días y recorrer esos pocos kilómetros una odisea inundada de pensamientos escatológicos.
Un agente de aduanas le pide pasaporte.
-¿Doce veces en dos meses?-le pregunta el guripa.
-Tengo familia en Tanger y por eso voy tanto.-
-¿Y hace tres meses no la tenías? Acompáñame chico.
La fatiga, las naúseas y los mareos se quedaron en nada, lo peor estaba por venir en forma de miedo y humillación.
Allí, en una diminuta y sucia habitación, con el torso denudo y los calzoncillos por los tobillos fué tomando consciencia de la situación y, como me contó años despues, fué aprendiendo que hay cosas en la vida que no merecen el precio pagado.

Fin.

Buenas Noches
Pakito Dutrera.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Laurita: Me gusta, esto esta pa extenderse.